Revista de creación literaria en busca de creadores del mundo

martes, 10 de junio de 2025

El caso del florín desaparecido, de M.D. Álvarez

 


 

 

 

 

El teléfono no paraba de sonar y yo no tenía ganas ni fuerzas para descolgar. Desde la pérdida de Rachel, nada era igual. Tan solo su hermana Nadia lograba sacarlo de casa y alimentarlo.

—Víctor, ¿qué crees que pesaría Rachel si te viera así de desaliñado y decaído? —le dijo ella cuando lo encontró tendido en el sofá.

—Tienes razón, hermanita. Debo ponerme en forma y cuidarme, pero es muy duro no verla cada día.

—Lo sé, el dolor nunca pasa, pero el tiempo lo atenúa un poco.

—Si te apetece, ven a comer con Walter y conmigo —le dijo, acariciando su cabello.

—Te lo confirmo más tarde —dijo él con media sonrisa. De pronto, el móvil sonó; lo tenía en la mesita de té. Nadia contestó y se lo pasó a él, diciendo: «Es Walter».

—Dime, Walter, ¿qué ocurre? Si lo conozco, vale, me paso en 10 minutos. Y colgó el celular. Bueno, al parecer, tu marido me ha conseguido un caso —dijo con melancólía..

Se levantó, se duchó y se puso uno de los mejores trajes que Rachel le había comprado.

—Te acompañó, dijo ella.

A dos manzanas del loft, la policía acordonaba el lugar donde había sido sustraído un objeto de gran valor.

—Te dejo y avísame si vienes a cenar, le expresó su hermana, besándole la frente.

—Gracias, Víctor, por venir, terció Walter, viendo cómo Nadia lo acompañaba.

—Hola, Walter, ¿qué puedes decirme?

El dueño del edificio ha echado en falta un objeto de un valor incalculable. Lo tenía en una Fichet de último modelo. Y, según le había asegurado, era una caja inexpugnable.

—Vamos a ver esa caja. -Se dirigió al salón, donde no tuvo dificultad para encontrar la ubicación de la caja. Estaba empotrada en el suelo; se fijó que las esquinas de la impresionante alfombra persa estaban desgastadas, más en un lado que en el otro. Se puso unos guantes que Walter le había dado y levantó la esquina más gastada. Allí estaba la flamante caja fuerte con el teclado.

—¿Tienes la llave? —preguntó. 

—Sí, aquí la tienes, y la clave es… —se detuvo cuando vio que había tecleado una clave. Le pidió la llave y crack se abrió.

Víctor se agachó y examinó la caja fuerte con detenimiento. La pintura estaba intacta, no había signos de haber sido forzada. Sin embargo, algo no encajaba. Se pasó la lengua por los labios y se concentró. De repente, sus ojos se posaron en una pequeña marca en la esquina inferior izquierda del teclado. Era casi imperceptible, pero allí estaba. Una pequeña muesca en el metal. Sonrió con satisfacción.

—Walter, creo que sé cómo se hizo esto —dijo, señalando la marca.

Ese detalle no lo habría descubierto si no hubiera logrado abrir la caja. Curiosamente, lo que sorprendió a Walter fue la habilidad de Víctor para abrir la caja en tan solo 20 segundos, y le preguntó: 

—¿Cómo lo has hecho? 

—Es fácil, conozco al dueño y sé de sus gustos esotéricos. Solo había dos opciones: o era una secuencia de Fibonacci o el número áureo. Me decidí por el primero y acerté.

—¿Te ha dicho el dueño que guardaba en la caja fuerte? —preguntó Víctor. 

—Sí, un florín de oro. Creo que es una primera acuñación de 1252. 

—La primera edición. ¿Qué interesante.? Sabes que corre una leyenda que cuenta que los primeros florines fueron acuñados con oro robado por unos ángeles para asegurar el futuro de su amado pueblo a Lucifer. Todo poseedor de una de las primeras monedas será salvaguardado por los mismos ángeles de los ataques de Lucifer, que desea recuperar su oro.

Cuando Víctor se percató de lo maravilloso de aquel objeto, enseguida supo quién había sido el ladrón. Era un ladrón de guante blanco, un enviado del señor del averno.

—Vamos, estamos a tiempo de pillar al ladrón antes de que desaparezca —dijo, mientras cogía su Porsche GTS y salía disparado, seguido de la patrulla de Walter.

En la antigüedad, los accesos al averno, o Hades, como prefiráis llamarlo, eran diez, pero con el transcurso del tiempo se fueron cerrando y, en la actualidad, quedaban cuatro: uno en el Etna, otro en el pozo de Darvazá, en Turkmenistán; otro más en Australia, más exactamente en una grieta de Uluru, la roca gigantesca. Pero había una cuarta, y se encontraba en Luisiana, más exactamente en el gran Bayou Plaquemine, junto a un gran ciprés calvo de ramas entrelazadas.

Víctor llegó a la entrada del parque natural y alquiló un aerodeslizador para moverse por los ramales y marismas. Los cipreses calvos y espartinas lo cubrían por doquier; era como si no le dejaran avanzar, hasta que descubrió el gran ciprés calvo de color mortecino con una endidura en su tronco. Habían llegado a tiempo, ya que minutos después se presentó el famoso ladrón de guante blanco, Omar Sy, que al verlo allí se dio cuenta de que no tenía escapatoria; eran buenos conocidos..

—Omar, tú por aquí, querido amigo, dijo Víctor con cautela. .—Omar, te has mezclado con algo que no te compete. Si le devuelves el florín a esa sabandija, te matará, dijo Víctor con calma. —Esto tan solo atañe a seres etéreos. Dame el florín, apremió, tendiéndole la mano.

Omar se lo pensó, pero finalmente se lo entregó. Era una magnífica pieza de 500 gramos de 24 quilates. Grabados en el anverso, había una imagen de dos serafines transportando una enigmática caja y, en el reverso, la imagen de un enigmático ojo con la leyenda en latín que rezaba así: «Omnia videt, omnia cognoscit et agit»; que para los que no sepan latín dice así: «Él todo lo ve, todo lo sabe y actúa en consecuencia».

—Omar, será mejor que te vayas; están a punto de llegar la policía, dijo Victor.

—¿Pero por qué lo haces? ¡Merezco que me detengan!, refirió él

—No tienes la culpa de que te dejaras seducir por el príncipe de las sombras, que, deseoso de recuperar su oro, otrora manchado de sangre de inocentes, pero ahora puro y virginal, se valió de engaños y subterfugios para atraerte a su círculo, dijo Víctor, cabizbajo.

—Yo devolveré el florín y ya intentaré algo para librarte del peligro.

—Víctor, eres un gran amigo. Lamento no haber asistido a los funerales de Raquel, dijo apesadumbrado. Se giró y desapareció justo en el instante en que llegaba Walter. —Toma, aquí tienes el florín desaparecido. Casi lo logra; si no hubiera llegado a tiempo, se lo habría llevado al otro lado.

Walter puso esa cara de «no me lo puedo creer, lo ha vuelto a hacer» y a mí me deja con un canto en los dientes.

Te puedes llevar todo el mérito, querido amigo. Después de todo, eres mi cuñado y te mereces un ascenso, refirió Víctor.

Final del tercer caso del detective Víctor Vorodier.

M. D. Álvarez

jueves, 5 de junio de 2025

Selección poética de Desirée Dorado






 
Désirée Dorado nació en el Puerto de la Cruz (Tenerife), noviembre de 1979. Tras años recorriendo varias ciudades de España, sobretodo por el norte, en 1998 aterrizó en Murcia, tierra de la que se enamoró y por fin consiguió echar raíces.
Policía Local de profesión, pintora, actriz, escritora y creadora del grupo cultural murciano “Culturetas Murcia” y de la página de instagram @ahablardemislibros, entre otras facetas artísticas.
Autora de:
- El poemario “Alma al desnudo”, publicado en 2009
- La obra teatral “Muertos de la risa”, dirigida y representada por ella misma, junto con otros actores en el grupo teatral Proyectan-2 en 2010 y 2011
- La obra teatral “Inseguridad social”, dirigida y representada por ella misma, junto con otros actores en el grupo teatral Proyectan-2 en 2012 y 2013.
- La obra teatral “Presagio Mortal” (2015)
- El poemario “Anagramas del silencio”, publicado en 2020
- La novela de fantasía “El tictac del reloj de arena”, junto a Eduardo Martínez, en 2022
- El conjunto de relatos de terror “En tiempos líquidos y otros relatos psicopáticos” publicada en 2024
- La novela negra “A 4 patas”, junto con Daniel Gómez, publicada en 2024
- La antología poética “Soy un Animal”, publicada en marzo de 2015
- Alguna otra obra bajo seudónimo, cuyos títulos aún no quiere revelar.
- En la actualidad se encuentra escribiendo la secuela de “A 4 patas”: “A 4 patas X-treme"

martes, 3 de junio de 2025

El hombre de la lluvia, de M.D. Álvarez


 

Su interpretación de la danza de la lluvia, al ritmo del megamix de Deep Forest, lo convertía en un auténtico ser celestial. Era envidiada por todas sus amigas; sabían que, como él, no había ninguno.

Sus movimientos rítmicos al son de la energética música eran poderosos y siempre terminaban con la llegada de la ansiada lluvia. Su beso apasionado bajo el aguacero lo convertía en el hombre de la lluvia, su hombre, quien, para finalizar, la invitaba a unirse a él en la frenética danza de amor y libertad.

M. D. Álvarez


viernes, 30 de mayo de 2025

Soy un animal, de Desirée Dorado (Reseña nº 1105)

 


 

Desirée Dorado
Soy un animal

Los años dedicados a la lectura de autoras y autores más cercanos me ha permitido conocer firmas que, seguro, de otra forma nunca hubiese leído. Desirée Dorado es uno de estos casos, de los últimos casos, y ha sido una suerte aparecer en el mundo de apoyo a la cultura en general que es Culturetas, la asociación, más o menos anárquica, que lidera ella.

Soy un animal es la primera obra que leo de ella, que se ha caracterizado por escribir narrativa, teatro, y una faceta que parece practica bastante, libros a cuatro manos, podríamos decir, con otros autores o autoras.

La autora ha querido reunir poemas de obras propias anteriores, para crear su primera antología personal, un reto valiente en una poeta que empieza el camino, y que aquí se nos presenta en una búsqueda introspectiva y en el que la autora pretende que el lector encuentre también ese viaje interior en busca, tal vez, de lo que toda persona busca y pocas encuentran.

Ya nos lo adelanta el autor del prólogo, Alberto Vicente Fernández, "versos atrevidos, intensos, osados; algunos tristes, otros risueños, te transportan a a un rincón diferente de tus pensamientos y emociones".

Ahora te toca a ti, lector, abrirlo y disfrutarlo.

Francisco Javier Illán Vivas

jueves, 29 de mayo de 2025

Poema de Guillermo Molina



Como dos barcos a la deriva
que la tormenta deja
a voluntad del mar,
restos de vidas rotas
sin mástil ni timón
esperando naufragar.

Barlovento,
capricho del destino
que junta dos caminos
en una misma dirección.

Perdidos, sin ancla,
puerto, ni vela que izar,
vacíos de lastre del pasado
que por la borda
tiraron al mar.

Livianos de equipaje
pero llenos de aroma de mar,
arrastrados por la marea
a donde ella los quiera llevar.

Sin rumbo, pero de la mano.